27 de octubre de 2009

Oficios Innatos 2: Coiffeur



Consejo del día: Tomá agua
Accesorio del día: Algo bien chic para el celu
Ten paciencia con: Las encuestas telefónicas automáticas

Algunos se preguntarán por qué, cada tanto tengo el flequillo que parece un serrucho. La respuesta está en el título: las mujeres nacimos para ser peluqueras. Sí, más allá de coser, planchar y cocinar (las tareas básicas que todos los hombres nos atribuyen y de las que por supuesto NO ME HAGO CARGO) también dominamos el arte de cortar el pelo.
Aunque claro, con algunos “daños colaterales”. Siempre que llegás a la oficina el día siguiente tu compañera te dice: “¿Te hiciste algo en el pelo?”, con una cara rara, símil a la del gusto agrio que te da comer un limón. Vos sabés que aunque se haga la superada, cuando te la cruces en el baño te va a pedir que le retoques las puntas porque no tiene tiempo ni para respirar.
Muchos deben pensar que para las mujeres ir a la peluquería es fantástico. Claro, es fantástico cuando no tenés los pibes con tu marido dándote vuelta la casa, o cuando no estás obligada leerte medio revistero mientras esperás los supuestos “15 minutitos” para que todas las viejas de los sábados a la mañana se hagan el brushing.
Sin embargo, ir a la peluquería tiene sus ventajas. No hay nada más relajante que te laven el pelo. Lástima que, a lo sumo, ese momento dura 4 o 5 minutos, no más. Después te sentás en el sillón, y en vez de relajarte temblás porque le decís: “Cortame las puntas, manteneme el largo” y cuando salís parecés Carlitos Balá. No entienden que para nosotras, ir a la peluquería muchas veces es traumático. Por eso, prefiero estar como un serrucho, pero a mucha honra!

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